La Pedagogía Franciscana

08.11.2013 19:29
1. LA PEDAGOGÍA FRANCISCANA 
 
Y LA COMPRENSIÓN FRANCISCANA DE LA ESCUELA
 
Un maestro
 
Un maestro de la sabiduría paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando halló a lo lejos un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita al lugar. Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de las visitas, también reconocer personas y las oportunidades de aprendizaje que tenemos de estas experiencias.
 
Llegando al lugar constató la pobreza del sitio, los habitantes: una pareja y tres hijos, la casa de madera, vestidos con ropas sucias y rasgadas sin calzado. Entonces se aproximó al señor, aparentemente el padre de familia, y le preguntó: "En este lugar no existen posibilidades de trabajo ni puntos de comercio tampoco. ¿Cómo hace usted y su familia para sobrevivir aquí?"
 
El señor, calmadamente, respondió: "Amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte del producto la vendemos o la cambiamos por otros géneros alimenticios en la ciudad vecina y con la otra parte producimos queso, cuajada, etcétera para nuestro consumo y así es cómo vamos sobreviviendo". El sabio agradeció la información, contempló el lugar por un momento, luego se despidió y se fue. En el medio del camino, volteó hacia su fiel discípulo y ordenó: "Busca la vaquita, llévala al precipicio de allí enfrente y empújala al barranco". 
 
El joven espantado vio al maestro y le cuestionó sobre el hecho de que la vaquita era el medio de subsistencia de aquella familia. Mas como percibió el silencio absoluto del maestro, fue a cumplir la orden, así que empujó la vaquita por el precipicio y la vio morir. Aquella escena quedó grabada en la memoria del joven durante algunos años.
 
Un bello día el joven agobiado por la culpa resolvió abandonar todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar y contarle todo a la familia, pedir perdón y ayudarlos. Así lo hizo y a medida que se aproximaba al lugar veía todo muy bonito, con árboles floridos, todo habitado, un coche en el garaje, una bella casa y algunos niños jugando en el jardín. El joven se sintió triste y desesperado imaginando que aquella humilde familia hubiese tenido que vender el terreno para sobrevivir. Aceleró el paso. Llegando allá, fue recibido por un señor muy simpático.
 
El joven preguntó por la familia que vivía allí hacía unos cuantos años, el señor respondió que seguían viviendo allí. Espantado el joven entró corriendo a la casa y confirmó que era la misma familia que había visitado hacía algunos años con el maestro. Elogió el lugar y le preguntó al señor dueño de la vaquita: "¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?"
 
El señor entusiasmado le respondió: "Nosotros teníamos una vaquita que cayó por el precipicio y murió, de ahí en adelante nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos, así alcanzamos el éxito que sus ojos vislumbran ahora".
 
INTRODUCCIÓN
 
Con este tema damos inicio al plan de formación para los profesores de los centros educativos pertenecientes a la Provincia Franciscana de Valencia, Aragón y Baleares. Previo a la temática más directamente relacionada con la espiritualidad y carisma franciscano, tratamos una serie de temas que nos permitan contextualizar lo que vendrá posteriormente. 
 
En este primero tomamos en consideración la pedagogía franciscana y cómo los franciscanos entendemos hoy la escuela. Reconocemos que la documentación con la que contamos a este respecto es pobre. En cualquier caso, hacemos un esfuerzo por decir una palabra con la esperanza de que estas reflexiones se puedan ver enriquecidas en las sesiones de trabajo propias de cada colegio.
 
1.- ¿Qué decir sobre la pedagogía franciscana?
 
Alguien podría pensar, incluso cuestionar, que el adjetivo "franciscano" o "franciscana" se llega a aplicar con "demasiada felicidad" a muchas realidades. Por lo que a nosotros nos interesa, hemos de decir que, desde el momento en que el franciscano vive una espiritualidad, una antropología, una filosofía, una tradición patrimonio de la Iglesia y de la humanidad, todo ello configura nuestra manera de ver, sentir, pensar, sufrir la realidad. Y, puesto que el franciscano tiene una cosmovisión determinada por los elementos antes enumerados, para sumergirse en esa realidad, para darle profundidad y buscarle su sentido, dispone de un estilo propio que le ayuda a iniciar y a desarrollar esa búsqueda.
 
Tratamos de fijar nuestra atención, por tanto, en aquellos elementos que consideramos irrenunciables para crecer cada día más en nuestra realidad franciscana, cristiana y personal, y proponemos un itinerario pedagógico, instrumento que puede ayudarnos a orientar y acompañar a nuestros jóvenes en el seguimiento de Jesucristo, sentido primero y último de esta pedagogía.
 
1.1. Principios de la pedagogía franciscana.
 
 El primado de la persona: todo franciscano considera a toda persona como alguien digna del mayor de los respetos y como lo más sagrado del conjunto de la creación. No se parte de la persona en genérico, ni de una teoría que defienda un concepto de hombre en particular, sino de la persona concreta. De lo que se trata es de trabajar y de apoyar todas las iniciativas que se encaminan hacia el crecimiento en humanidad de todas y cada una de las personas, y el rechazo y protesta hacia todo comportamiento deshumanizante. 
 
En la pedagogía franciscana predomina el método intuitivo, el cual, siendo menos exacto que el especulativo y dialéctico, aparece como el más eficaz en las relaciones con los hombres. De igual modo, la afectividad y el respeto a la espontaneidad de la persona son principios para la interacción humana y para los fines prácticos de la educación, de manera que además del razonamiento, hay que tener presente las imágenes, las parábolas, el canto. Francisco representaba para conmover; conmovía para convencer; ganaba el corazón para tener a todo el hombre; esas eran las etapas de su estrategia. 
 
De lo anterior se concluye que la antropología franciscana considera a la persona como un todo, en la que se armoniza el pensamiento y la acción, y se sirve en alegría a Dios, gracias a la serenidad resultado de un equilibrio de la persona en la que habita una calma y un orden profundo, los cuales encarnan el ideal de la mansedumbre y simplicidad evangélicas. De ahí la importancia de trabajar aspectos como el autoconocimiento y autoaceptación; el empeño por crecer física, psicológica, moral, espiritual y socialmente; el equilibrio emocional y afectivo; el desarrollo sexual, la honradez y sinceridad. 
 
 El desarrollo de la iniciativa individual: al considerar a cada persona y criatura un don de Dios, de lo que se trata es de buscar en ella Su presencia auténtica. Esto significa que, cualquier persona con quien entramos en relación, sea porque viene a nosotros, sea porque vamos nosotros a ella, ha de ser acogida de inmediato precisamente por ese gran respeto a la espontaneidad individual. Francisco mismo ama a sus hermanos tal como son, y su pedagogía consiste en ayudar la obra de Dios en ellos, sin encerrarlos en ningún esquema, tratando a cada uno como debe ser tratado, teniendo en cuenta su estado de ánimo, y actuando siempre desde la libertad. 
 
Esta libertad individual es considerada como el tesoro que todos llevamos con nosotros, el cual hay que defender y acrecentar y del que cada uno debe sacar el máximo de frutos. Tan sagrada es esta libertad individual que se convierte en patrimonio que nadie tiene derecho a deformar; por ninguna razón, aun cuando ésta sea altísima. Por eso, el franciscano es un hombre sincero consigo mismo, que se cree objetiva y simplemente aquello que es.
 
Esta libertad tiene otra manifestación clara en los mismos documentos jurídicos de la orden. Éstos, antes que basarse en vínculos externos y disciplinares, se centran en la obligación moral y responsabilidad personal de sus miembros, los cuales se constituyen en hermanos no en súbditos. Actitudes básicas a cultivar en este aspecto son la toma de conciencia cada vez más profunda del sentido de libertad personal, iniciativa y responsabilidad de la propia vida; la capacidad de discernir, decidir y adoptar un compromiso; la búsqueda y realización de la voluntad de Dios en la propia vida; llevar una vida en continua conversión a Cristo y a la vida evangélica según el espíritu de Francisco de Asís. 
 
 La relación dialógica fraterna: en la pedagogía franciscana la relación dialógica fraterna tiene una connotación muy significativa para propiciar el respeto, la participación, el reconocimiento y la aceptación. Esta actitud pedagógica se concreta en la pedagogía de la fraternidad donde se concilian lo divino y lo humano fundamentados en el amor. Es precisamente en este amor donde podemos afirmar que se halla el secreto del estilo pedagógico de Francisco: en ser padre y madre para cada uno de sus hermanos, en penetrar los sentimientos del otro y llorar con el que llora, alegrarse con el que se alegra, haciéndose todo para todos.
 
Esta manera de entender las relaciones entre los hermanos hace que se tengan entre sí una filial confianza y familiaridad, a fin de que unos puedan recurrir a otros en sus necesidades. Estas relaciones también están presididas por una atmósfera de respeto recíproco y de amor mutuo, donde el cariño y la ternura tienen el protagonismo sobre la severidad y la justicia rígida. 
Además, la relación de los ministros y guardianes con el resto de hermanos es la de siervos con todos ellos, rechazando para sí títulos. Los primeros han de visitar, amonestar y corregir a los hermanos, pero realizado siempre desde una caridad infinita, de suerte que este "corregir" nada tenga de áspero, coercitivo y excesivamente duro.
 
Ese diálogo también se ha de plasmar en la creación de lazos fraternos con otras religiones y culturas, de manera que los hermanos, siendo fieles a su credo y carisma, y sabiéndose hijos de su tiempo, estando en el mundo sin ser del mundo, son auténticos constructores de humanidad con carácter universal, respetando, criticando con misericordia, y desarrollando los valores más auténticos de cada una de las culturas y religiones. 
 
Por tanto, lo que se trata de potenciar es la vida como hermanos menores caracterizada por un corazón pacífico y humilde y por un espíritu alegre; la vida fraterna expresada en la capacidad de vivir con los otros como hermanos, de abrazar la gran familia franciscana y de estar en hermandad con todos los pueblos; tener capacidad de desarrollar relaciones interpersonales positivas con hombres y mujeres; tener una apertura y receptividad hacia nuevos valores, actitudes, perspectivas y experiencias; tener capacidad para aceptar, vivir, dialogar y trabajar con otros, incluso de culturas diferentes; cultivar un espíritu profético, misionero y ecuménico.
 
 La creatividad en lo cotidiano: hablar de lo cotidiano es hacer un esfuerzo para caer en la cuenta de la importancia que tiene en nuestros días rescatar una dimensión de nuestra existencia, la cual aparentemente discurre entre lo anodino y lo rutinario, pero cuya incidencia en nuestra historia resulta decisiva. Es decir, nuestra vida tiene más de ordinario que de extraordinario, aunque lo ordinario de por sí esté preñado de la maravilla de la contemplación del acontecimiento de la vida. 
 
Recuperar lo cotidiano de nuestra historia es valorar la sencillez de la vida y su simplicidad, saber leer los acontecimientos que nos van sucediendo día tras día como auténtica revelación y manifestación de la presencia amorosa de Dios entre nosotros, confesar y dar razón de cómo el Espíritu del Padre llena de sentido y de esperanza nuestra vida, toda vez que nos tensiona en una vida de conversión cada vez más profunda y exigente. 
 
Vivir con este talante lleva al franciscano a explorar múltiples facetas de la persona como ser capaz de captar, dar y expresar sentido a la realidad mediante el diálogo consigo mismo, con el otro, con el entorno y con el trascendente. A su vez, esa vivencia con sentido desde la propia historia llevará a vivir para algo más que para producir un resultado, para mantenerse en un continuo movimiento de búsqueda que genera ambientes propicios para la exploración y las posibilidades de imaginar, de crear y de encontrar formas diferentes para crecer en sabiduría.
Aquí es importante tener en cuenta la actitud contemplativa en la vida personal, comunitaria y profesional del día a día; cultivar una fe viva traducida en palabra y acción; tener la conciencia de la presencia de Dios y de su acción salvífica en la propia vida, en la Iglesia y en el mundo; y tener la capacidad de trascender y superar el egocentrismo.
 
1.2. Itinerario pedagógico
 
Este itinerario pedagógico trata de explicitar una serie de etapas que quieren jalonar el proceso de toda persona, principalmente joven, que quiere abrirse a la vida y a Dios. Por eso, su interés no únicamente se centra en el crecimiento antropológico de la persona, sino en el espiritual, teniendo en todo momento el "seguimiento de Jesucristo" como telón de fondo. Las etapas irían estructuradas de la siguiente manera:
 
 Educar: etimológicamente quiere decir "tirar fuera desde dentro". Dándole un cariz más existencial, podemos decir que educar consiste en ayudar a crecer en humanidad al otro, para lo cual se necesita ir suscitando y equipando a la persona con un horizonte de sentido que ella misma ha de ir elaborando. Aquí viene muy al hilo la imagen bíblica del éxodo: el pueblo está oprimido, es consciente de ello, descubre el valor de la libertad, y pone todos los medios para, desde ellos mismos, caminar hacia esa meta. Criterios a tener en cuenta para la educación:
 
detenerse en uno mismo para decirse la verdad de sí.
iniciar el conocimiento de sí para confrontarse.
discernir los propios conflictos.
aceptarse a sí mismo.
 
Formar: además de "tirar fuera", importa proponer un modelo ideal para dar vida a una nueva identidad. Se trata de dar forma, de configurar, forjar..., teniendo un modelo "humanamente digno" que nos permita caminar hacia un proceso integrativo del desarrollo personal.
 
No basta conocerse a sí mismo, sino que es necesario un horizonte claro, capaz de provocar la existencia del joven. Los criterios del proceso formativo son:
 
 explicitar objetivamente el objetivo.
vivir con una lucha interior la propia formación.
estar tocado del Señor, lo cual se manifiesta en la acción y el testimonio.
 
Acompañar: se trata, no tanto, de la forma de ayuda a través de la cual el joven es orientado en su crecimiento, cuanto la proximidad inteligente y significativa del guía que le lleva a ayudarle a abrirse. Así, el camino formativo no se convierte en rutina, sino que cada acontecimiento es un evento en el que Dios habla al hombre y le hace crecer en su verdadera identidad de hijo en el Hijo. Criterios para el discernimiento:
 
estar junto al otro, compartiendo la vida.
la preparación y competencia del educador. Ha de ser un hombre de Dios, sereno, que se da.
por último, la celebración de la vida, con una relación abierta a la novedad y a lo inédito, porque es celebración de la experiencia de Dios.
 
Ser paciente: tras trabajar la tierra, es preciso prestar atención a la semilla, la cual necesita su tiempo hasta que de ella comienza a surgir la planta. En todo este proceso el educador no está a la buena de Dios, sino que sigue regando, haciendo propia la ley de la gradualidad y el desarrollo. Los criterios para el discernimiento en forma de pregunta son:
 
¿la paciente espera es vivida como aparcamiento o como gozo de lo nuevo que germina?
¿vivo con expectativas excesivas en relación conmigo mismo, con el otro y con la comunidad?
¿nos dejamos llevar por la ira? ¿sabemos decir las cosas en el momento justo y en el tiempo oportuno?
 
Estar atento: significa estar junto al otro con la mirada firme del padre y premurosa de la madre: "suaviter sed fortiter". Esa mirada ha de ser capaz de crear una confrontación auténtica, atenta al joven, la cual toca sus tres momentos más importantes: mirada a la llamada, mirada a la crisis, mirada atenta a la superación con el consiguiente desarrollo. Sólo a través de esa mirada impregnada de amor es posible sostener la relación del crecimiento y de la fidelidad.
 
Podemos decir que el Padre re-crea, el Hijo modela, el Espíritu acompaña, mientras que el formador sabe ser paciente y estar atento. El ministerio educativo en la lógica trinitaria conlleva la ley de la armonía, del donarse, del comunicar recíprocamente la propia experiencia de fe.
 
Como conclusión a todo lo visto en este apartado, destacamos que la pedagogía franciscana tiene muy en cuenta a la persona, protagonista principal de su propio crecimiento, cuyo proceso se caracteriza por ser dinámico, orgánico, gradual, coherente, práctico, experiencial, inculturado y abierto a nuevas formas de vida y de servicio.
 
2.- La escuela vista por los franciscanos
 
2.1. Situación de la escuela
 
Si hace tres o cuatro décadas la escuela significaba posibilidad de trabajarse una posición social y económica, hoy la universidad, por ejemplo, se está convirtiendo en algo parecido a una "fábrica de parados" (A. de Miguel). Por eso se exige de la escuela mayor calidad y cantidad, nuevas áreas de conocimiento. Pero lo cierto es que la escuela ya no puede cumplir esas funciones de producción de status social, y se la representa como la culpable de todas las frustraciones.
 
Junto a este dato, converge el denunciado por numerosas voces como crisis de valores. Si hoy se habla de crisis general de la escuela, cuya consecuencia inmediata es la ausencia de perspectiva desde la cual se pueda señalar una causa final a la acción docente, no menos seria es la situación que pone en duda el que haya un mínimo de valores aceptados y compartidos por todos, provocado en gran medida por la globalización. Su repercusión en la escuela es inmediata: no se ejerce la función de control moralizador de la conducta del alumno, pierde relevancia la ejemplaridad del maestro, y el profesional se centra únicamente en su función enseñante aplicando una asepsia axiológica. Si unimos este dato al anterior, caemos en la cuenta de que se está produciendo una esquizofrenia social: la sociedad vacía primero de autoridad la figura del docente para convertir después la escuela en una fácil coartada que la libere de sus obligaciones.
Por otro lado, el maestro-profesor se duele de que los alumnos le den la espalda para dejarse llevar por el hechizo de la televisión o de los ordenadores. El maestro ha perdido su rol de "medium" único entre el saber y las nuevas generaciones y no ha logrado dar con los perfiles de un nuevo papel. Por tanto, hasta que no tomen conciencia de que lo distintivo de su oficio es que son profesionales de la labor de enseñar, y en tanto en cuanto no asuman que el saber específico de su profesión no ha de abarcar únicamente los contenidos de su disciplina sino también el dominio de los procesos que están en juego en el proceso de enseñanza, no se clarificará la posición social del docente.
 
2.2. ¿Qué escuela queremos?
 
Sin mayores rodeos, diremos que la escuela que pretendemos y anhelamos es aquella cuyo fin consiste en colaborar a que el educando vaya construyendo referentes de interpretación de la realidad. Sin tales referentes el joven podrá tener múltiples conocimientos. Pero la acumulación de conocimientos por sí misma no llegará a modificar la estructura cognitiva (Piaget). Ésta se modificará como consecuencia de la interacción que se produzca con la estructura del medio. Será, pues, de gran importancia decidir en torno a qué núcleos o criterios se va a estructurar la visión del medio, es decir, las realidades científicas, históricas, sociales, etc., que se enseñan en la escuela, porque de ellas dependerá la construcción de la cosmovisión desde la que el sujeto hará unos juicios de valor u otros.
 
Por lo tanto, la acción de educar se constituirá en una tal que va más allá de los procesos institucionales y de los procesos de socialización. Habrá de ser entendida como la acción de la influencia ejercida sobre el educando con el fin de ayudarle a llevar a cabo su proceso de personalización. Este proceso de personalización no se produce como consecuencia de un proceso espontáneo, sino que es el resultado de la específica relación dialógica constante del sujeto con el contorno físico, cultural, social, existencial. 
 
A su vez, este proceso requiere la presencia de valores de sentido. El valor integrador de todo aprendizaje del estudiante habrá de recaer en la misma persona. Si creemos que toda educación es valorativa y ha de tener una orientación moral, será preciso ayudar al alumno a interiorizar los fundamentos o referentes desde los que emerge toda moral liberadora. Tal fundamento radica en considerar a la persona como un valor absoluto y fin en sí misma, de que la persona no tiene precio sino dignidad, que es única, singular, original y autónoma. Será preciso, por tanto, enseñar al alumno a leer, analizar, interpretar y posicionarse ante toda realidad desde la perspectiva del valor persona. 
 
Es necesario, por tanto, apostar por personalidades maduras, autónomas, lo que supone formar personas capaces de pensar por sí mismas. También se hace urgente enfatizar valores como la tolerancia y el respeto. Esto último supone aceptar al otro como persona, lo que apunta claramente hacia una escuela cada vez más integradora. Pero para que haya una educación para la sociedad pluricultural y pluriétnica exige que las personas sepan mantener sus convicciones o sus señas de identidad dentro de esa pluralidad. "Aprender a vivir juntos" no es aprender a vivir en promiscuidad indiferenciada, sino saber valorar la diferencia con mentalidad crítica, con pensamiento flexible, con ánimo abierto.
 
En conclusión, el modelo de escuela con el que hemos de comprometernos ha de ser aquel que privilegia el ámbito del sentido, el que la considera comprometida con el mundo y no separada de él, aquel que se compromete con los nuevos saberes e integra a la familia en los procesos educativos. Una escuela comprometida con la educación personalizadora-evangelizadora no podrá jamás cumplir su misión si no es capaz de integrar a la familia en los procesos educativos. Hoy la escuela es un lugar de evangelización, no en virtud de actividades extraescolares, sino por la naturaleza misma de su misión, por ello, cada educador se convierte en dinamizador de la implicación de los padres en los procesos educativos del niño o del joven.
 
2.3. El papel de la comunidad educativa
 
Eligiendo la opción de una educación alternativa que emana del humanismo cristiano-franciscano, hay que reflexionar sobre los "modelos conceptuales" que han de estar presentes al mostrar cualesquiera de las realidades que queremos que los educandos aprendan. De manera que, comprometerse con una opción educativa supone una comunidad básica en la cosmovisión.
Otro tanto ocurre con los referentes axiológicos: ante cualquier realidad, no hacemos sólo un juicio intelectual, sino de valor. Si el conjunto de educadores que confluyen en la educación del niño se muestran ante él con sistemas de valores dispersos, encontrados, es probable que la vida y realidad se vaya presentando ante el educando carente de referentes de valor y termine por atenerse a pautas de valor más instintivas.
 
Una educación que preconiza el humanismo cristiano-franciscano (que evangeliza) no pasará de ser una bella expresión si no cuenta con un equipo docente que en alguna medida cultiva, comparte y vive los valores del humanismo cristiano-franciscano con todas sus consecuencias.
Por otra parte, el educador profesional participa de una serie de delegaciones a las que debe ser fiel:
 
delegación de la familia: la formación integral de la persona es de tal manera compleja, que precisa colaboración desde fuera. Ese papel de ayuda lo realiza el profesional de la educación. Pero nunca es sustituto de la familia.
 
 delegación de la Iglesia: el educador cristiano, laico o religioso, es un enviado que lleva un mensaje que no es suyo. No es su palabra la que cuenta, sino la "buena nueva" que Jesús viene a ofertar al hombre. Esta consideración es sublime y sobrecogedora: sublime porque el educador cristiano se convierte en una especie de mano histórica de la acción de Dios sobre los hombres a través de su palabra y presencia; sobrecogedora porque adquiere una enorme responsabilidad, es decir, el educador cristiano será lo que tiene que ser, dirá lo que tiene que decir, hará lo que tiene que hacer, o no será, dirá o hará nada.
 
 delegación de la institución: si una congregación o instituto religioso es tanto más eficaz y más útil en la Iglesia cuanto más fiel es a su carisma específico, habría que afirmar que el laico es tanto más eficaz y más útil en la labor evangelizadora de la escuela cuanto más fiel es al carisma de la institución en la que trabaja.
 
 delegación de la sociedad concreta en la que está inserto: la labor educadora del educador cristiano tiene una dimensión social. La sociedad también tiene derecho a establecer un cuadro de objetivos y encomendar al educador su consecución. El educador cristiano está llamado a colaborar con todas las causas justas que emanan de la sociedad civil.
 
Preguntas para la reflexión:
 
 ¿En qué medida te ves identificado con el planteamiento expuesto?, ¿totalmente, en parte, en nada? ¿Qué crees que tendrías que hacer tú mismo y qué pedirías a tus compañeros y frailes para que esa identificación fuese cada vez mayor?
 
 ¿Crees que en tu colegio se tienen presentes los criterios pedagógicos franciscanos arriba expuestos?, ¿en qué medida?, ¿qué habría que revisar o cambiar si es que se considera necesario realizar una nueva orientación?
 
 ¿Crees que todos los que formáis la comunidad educativa tenéis garantizada vuestra participación en esos valores que dan identidad y personalidad al colegio en el que desarrolláis vuestra tarea y misión?
 
 ¿Cumple tu colegio con su función humanizadora y evangelizadora?, ¿qué iniciativas habría que llevar a cabo para que esta dimensión tan fundamental sea revitalizada o para que siga creciendo?
 
TEXTOS:
 
CARTA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS A UN SUPERIOR RELIGIOSO
 
Al hermano N., ministro: El Señor te bendiga. Te hablo, como mejor puedo, del caso de tu alma: todas las cosas que te estorban para amar al Señor Dios y cualquiera que te ponga estorbo, se trate de hermanos u otros, aunque lleguen a azotarte, debes considerarlo como gracia. Y quiérelo así y no otra cosa. Y cúmplelo por verdadera obediencia al Señor Dios y a mí, pues sé firmemente que ésta es verdadera obediencia.
 
Y ama a los que esto te hacen. Y no pretendas de ellos otra cosa, sino cuanto el Señor te dé. Y ámalos precisamente en esto, y tú no exijas que sean cristianos mejores. Y que te valga esto más que vivir en un eremitorio.
 
Y en esto quiero conocer que amas al Señor y me amas a mí, siervo suyo y tuyo, si procedes así: que no haya en el mundo hermano que, por mucho que hubiere pecado, se aleje jamás de ti después de haber contemplado tus ojos sin haber obtenido tu misericordia, si es que la busca. Y, si no busca misericordia, pregúntale tú si la quiere. Y, si mil veces volviere a pecar ante tus propios ojos, ámale más que a mí, para atraerlo al Señor; y compadécete siempre de los tales. Y, cuando puedas, comunica a los guardianes que por tu parte estás resuelto a comportarte así. 
 
(Francisco de Asís)
 
La Escuela se encuentra ante la necesidad urgente de redefinir su función social. Se advierte ahora con claridad que su tarea no puede ser plegarse mansamente a los dictados y exigencias de la producción; es mucho más amplia e importante. Está llamada a colaborar en la construcción de una alternativa a la sociedad de la producción/consumo. La Escuela tiene que ser una pieza importante en la reformulación de una nueva utopía, de una idea motriz capaz de entusiasmar e integrar las energías y capacidades de los seres humanos de este cambio de milenio o, dicho más modestamente, capaz de colaborar en la creación de un modelo social humano donde quepan todos socialmente. (...) La Escuela con vocación humanista -y con mayor razón si se dice cristiana- tiene que colaborar para forjar personas solidarias. Frente al peligro de vivir un clima de darwinismo social donde se ejercite el "sálvese quien pueda", o la dentellada social para hacerse un hueco, ¿cómo contribuir a despertar la compasión solidaria y la cooperación como modo de construir una sociedad con menos dolor e injusticia? Las interpelaciones de la nueva situación son muchas. Si algún educador pensaba, acaso, que su tarea había venido a menos, se equivoca. La situación actual demanda su cooperación y esfuerzo creativo con más urgencia y necesidad que hace años. No es tiempo de nostalgias, sino de prosalgias, de mira hacia adelante y hacia los desafíos del momento.
 
(J. M. Mardones)
 
Debemos abandonar completamente la simplista idea de que la escuela libera automáticamente la mente y sirve a la causa del progreso humano. Puede servir a la tiranía como a la libertad, a la ignorancia como a la ilustración, a la falsedad como a la verdad, a la guerra como a la paz, a la muerte como a la vida. Puede incitar a los hombres al pensamiento de que son libres, aun cuando los ate a cadenas de esclavitud. La educación es sin duda una fuerza de gran poder, particularmente cuando el término abarca todos los agentes y procesos organizados para moldear la mente, pero si es ella buena o mala depende, no de las leyes del aprendizaje, sino de la concepción de la vida y de la civilización que le da sustancia y dirección. En el curso de la historia, la educación ha servido a todo género de objetivos y doctrinas tramados por el hombre. Si debe servir a la causa de la libertad humana, tiene que ser explícitamente pensada para ese propósito. 
 
(G.S. Counts)
 
¿Qué es un hombre culto? A mi modo de ver, esto: un hombre capaz de dar razón de lo que él es y de lo que es el mundo en que vive. El humanismo por extensión consiste en saber responder con una mínima precisión a cinco interrogantes: 1) ¿En qué mundo vivo en tanto que ciudadano de él? Creencias, ideas, esperanzas, tensiones, conflicto y temores en él vigentes. 2) Haciendo mi vida en el mundo me encuentro con cosas. ¿Qué son las cosas desde el "Big-Bang" originario hasta el universo actual, desde la partícula elemental hasta el antropoide? 3) Haciendo mi vida en el mundo me encuentro también con los demás hombres, organizados en grupos humanos. ¿Qué son los grupos humanos y cuáles son los más importantes? ¿Qué soy yo en tanto que hombre?¿Qué enseñan hoy a tal respecto las ciencias positivas y la filosofía? 5) Para que yo sea el hombre que soy, ¿qué ha tenido que pasarle a la especie humana, desde su aparición hasta hoy?
 
Tras este humanismo por extensión o básico, el humanismo por intensión o en profundidad que el profesor debe poseer, consiste en saber responder a los siguientes interrogantes: esto que yo sé y enseño, ¿cómo echa raíces en la realidad del hombre y, por lo tanto, cómo puede contribuir a un conocimiento cabal de lo que el hombre es?
 
A mi juicio, cinco actividades intelectuales requieren tal humanismo: 1) preocupación por el "qué" de lo que se sabe y enseña; 2) preocupación por el "para qué" de lo que se sabe y enseña; 3) preocupación de la historia de lo que se sabe y enseña; 4) preocupación por la sucesiva representación extratécnica de lo que técnicamente se sabe y se enseña; 5) preocupación por el cómo se dijo antaño y se dice hogaño lo que se sabe y enseña..." 
 
(Laín Entralgo, ABC, 19 de julio de 1996).
 
El hombre verdaderamente personalizado sabe lo que piensa,: tiene convicciones sólidas. Sabe lo que quiere; permanece fiel a sí mismo. Emplea todas las fuerzas de que dispone para realizar el proyecto de su ser. No cambia de la noche a la mañana. La impresión que nos da es de fortaleza, de claridad, de precisión. Además, nos e pierde en la masa. No se deja seducir por el prestigio. Es verdaderamente independiente, es alguien que obra por sí mismo, en posesión de sí mismo con toda su capacidad y su fuerza; alguien que tiene el dominio de sí y que sigue siendo lo que es, fiel a sus convicciones, a su ideal, a su plan de vida, a pesar de sus diferentes estados de ánimo, de sus emociones transitorias, de sus impulsos naturales; sean cuales fuere, por otra parte, las reacciones de los demás, los cambios de la opinión pública o la evolución de las circunstancias. Está por encima de las fuerzas de la naturaleza en sí mismo; tiene las riendas en sus manos, ve claro, domina la situación, se sirve de los medios, sabe dirigir. Se mantiene igualmente por encima del juego incierto del mundo. Es independiente, libre, concentrado en su propia fuerza. Es y sigue siendo él mismo
 
(J.A. Walgrave)
 
Necesitamos educadores, no meros enseñantes. Nuestra sociedad actual tiene sed de personas que se entreguen con modestia y cierto temblor, pero con entrega y arrojo, a la humana tarea de acompañar en la construcción humana de sí mismo. No hay tarea más valiosa -y quizá ardua- como la de ser pedagogo: enseñar a ser persona al "animal más difícil" (Platón), que es el ser humano en ciernes. Requiere una persona con capacidad de escucha para captar los pliegues de la libertad y el pensamiento incipientes, y la flexibilidad y capacidad de juicio para discernir lo más adecuado para promover el crecimiento del otro. Educar es estar vertido hacia el otro y su bien, sin dejar de ser uno mismo y sin olvidar el mundo que nos rodea. Educar en un momento de seguridades y carencia de certezas es entregarse en debilidad a la gran tarea de ayudar a recrear opciones y decisiones. (...) Esta situación exige un educador abierto, él mismo, a la exploración de la vida. (...) El educador tiene en la mano el grano que mañana alumbrará espigas o cardos venenosos.
 
(J. M. Mardones)
 
EL LAICO CATÓLICO COMO EDUCADOR
 
El mismo Concilio Vaticano II pondera de manera especial la vocación del educador que es tan propia de los laicos como de aquellos que asumen otras formas de vida en la Iglesia.
 
Siendo educador aquel que contribuye a la formación integral del hombre, merecen especialmente tal consideración en la escuela por su número y por la finalidad misma de la institución escolar, los profesores que han hecho de semejante tarea su propia profesión. A ellos hay que asociar a todos los que participan, en distinto grado, en dicha formación, bien sea de manera eminente en cargos directivos, bien como consejeros, tutores o coordinadores, completando el trabajo educativo del profesor, bien en puestos administrativos y en otros servicios. El análisis de la figura del laico católico como educador, centrado en su función de profesor, puede servir a todos los demás, según sus diversas actividades, como elemento de profunda reflexión personal.
 
Efectivamente, no se habla aquí del profesor como de un profesional que se limita a comunicar de forma sistemática en la escuela una serie de conocimientos, sino del educador, del formador de hombres. Su tarea rebasa ampliamente la del simple docente, pero no la excluye. Por esto requiere, como ella y más que ella, una adecuada preparación profesional. Ésta es el cimiento humano indispensable sin el cual sería ilusorio intentar cualquier labor educativa.
 
Pero además la profesionalidad de todo educador tiene una característica específica que adquiere su significación más profunda en el caso del educador católico: la comunicación de la verdad. En efecto, para el educador católico cualquier verdad será siempre una participación de la Verdad, y la comunicación de la verdad como realización de su vida profesional se convierte en un rasgo fundamental de su participación peculiar en el oficio profético de Cristo, que prolonga con su magisterio.
 
(Congregación para la Educación Católica: El laico católico, testigo de la fe en la escuela, Roma, 1982, págs. 15-16).
 
BIBLIOGRAFÍA:
 
AA.VV. La educación en valores, PPC, Madrid 1998.
 
ARREGUI, J. M. Perfil del hermano menor, Selecciones de Franciscanismo 28 (1999) 50-78.
 
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